Pestañas

martes, 26 de marzo de 2013

Lágrimas

"Con todo el dolor del mundo..."
No se oye más. Las trabajaderas lloran desconsoladamente. El resto de la comitiva, aparentemente, mantiene el tipo. Pero todos sabemos lo que ocurre. Un engaño revestido de terciopelo y sarga como el barroco.
Se abren la puertas. Poco a poco se vierten los vasos, unos con más capacidad que otros.
El pueblo ve a Dios sentenciado a muerte. Ese Dios que es nuestra madre que tantos esfuerzos hace por nosotros. Ese Dios que es nuestro padre que nos educó lo mejor posible. Ese Dios que es nuestro hermano, nuestra hermana que nos ha acompañado siempre. Ese Dios que es nuestra abuela, nuestro abuelo que tantos momentos tiernos vivimos junto a ellos. Ese Dios que se queda en casa.
"Inexplicable, hay que vivirlo"
Quién sabe por qué decidió quedarse. Quizás para cobijarnos a todos en su casa. Quizás porque sabe que quien lo necesita lo tiene bajo sus pies o en delante suya. Quizás para quedarse con quien más le quiere y no oír críticas envidiosas. Quizás fue porque quería probar si esta familia suya es fuerte en todo momento
¿Quién lo sabe?
"¡Viva el Señor de la Salud!"
Las madres lloran pero son fuertes y consuelan a esa hija que no ha podido llevar a su Señor por su ciudad o a ese monaguillo que era la primera vez que salía y no pudo ser. ¿Quién consuela mejor que una madre? Nadie. Por eso necesitamos su consuelo.
Estrella, ven pronto que nos puedas consolar del sofocón de ver cómo todo un año se diluye en agua.

martes, 19 de marzo de 2013

El postigo

La historia que voy a tratar en esta entrada es cómo, en mi infancia, me imaginaba una una coplilla que me contaba mi abuela. Ahí va:

Angelito joven e infantil. Sin saber qué es el miedo un postigo abrí. Humo y luz aparecieron. Un ventanal abierto con un sol resplandeciente oculto por incienso que con los rayos se volvía rosado. María estaba sentada delante del ventanal en un pollo de cantería. A Jesús en el regazo sostenía. Este muerto y ensangretado con paño blanco. María, túnica de cielo y un "manto encarnado que le ha manchado su hijo con la sangre del costado". Qué sería aquello. Extraño pero calmado. Una imagen que en la vida he olvidado.

Rosario de granates

Quisiera, Señora, ser rosa de tu rosario. Dar muestra del espectáculo de tu hermosura.
Quisiera, Reina, ser pétalo de la flor de tu pecho. Pregonar al viento tu virginidad.
Quisiera, Maestra, ser hilo de oro de tu manto. Escribir tu vida para que nunca te olviden.
Quisiera, Madre, ser querubín de tu peana. Portarte con la fuerza de mi vida.
Quisiera, María, ser rayo de tu corona. Iluminar al mundo con tu ejemplo.
Quisiera, Madre del Mundo, dormir bajo tu manto, portar tu rosal en mis manos, besar tus plantas, adornarte de flor e ilumimar tu cara. Si pudiera algo de esto, Vida mía, en morir por ti no dudaría.

sábado, 16 de marzo de 2013

Ritual

Cada año igual, siempre lo mismo en las mismas fechas y a monótono ritmo.
Después de una noche en la que apenas se descansa de vivir emociones y pasiones, las campanas del reloj suenan despejando el último resquicio de Morfeo.
Primer día de mujeres llendo aprisa a la iglesia porque no se dieron cuenta del sonido de las carracas. Carracas que, simulando una lluvia infernal de granizos, sustituyen las oxidadas campanas y al rajado esquilón.
Ave María. Comienza la abuela a rezar sola mientras pela y corta las judías para el guiso. Siempre lo mismo.
Ese es el único día en que la matrona de la familia revive uno de los momentos que siempre estaban presentes en sus tardes de juventud. Coge el rosario que compró a un misionero que visitó el pueblo y empieza a pasar las cuentas. La familia pasa un escalón. Los nietos, sentados en las sillas, siguen el rezo con temblores en las piernas.
La tía y la madre abren los baúles del doble. Se encuentran todo descolocado, ya antes algún duende se habría probado la túnica en secreto.
Comienzan a planchar, con gran dificultad, metros y metros de sarga morada, blanca, negra y granate.
Los nietos y sobrinos están todos jugando a ver quién le da más fuerte a la pared con el balón o cómo la comba remueve los chinatos del suelo.
Cae el palio de la noche. Nerviosismos se apoderan de la casa como si de bandoleros fueran.
Primero los niños. Mete el brazo por la manga, súbete la túnica un poco con el cordón. Túneles de tela morada que parecen no tener salida o ser la salida demasiado larga y estrecha como para poder sacar la cabeza.
Sentaditos todos en aquellas sillas con el hondón de paja desentrelazada por el gato y con los pies colgando sin tocar el suelo.
Los padres y los tíos, algunos con túnicas y capas largas y otros de traje, cogen de la mano a los duendecillos de la familia. Tienen que estar temprano para coger el sitio en la fila de personajes con las mitras de los condenados por sus pecados.
Algunas de las mujeres de la familia acompañan a sus maridos y hermanos en tan anónima caracterización. Otras siguen en casa preparando con detalle y mucha paciencia los trajes enlutados, zapatos vertiginosos y velos españoles bordados a mano por agujas con solera. Con el rosario de carbón en la mano enlutada, como todo el conjunto, se disponen a andar con verdadera habilidad circense por el empedrado.
La abuela se asoma al balcón vestido de grana y oro al sentir los primeros temblores del terremoto apocalíptico. Pasan cirios apagados de colores litúrgicos portando velones que moquean quedando el pavimento con lunares.
Nadie conoce a nadie salvo la abuela que con sólo verlos andar sabe quién es su nieto, su hijo o la hermana de la vecina, Trini la "panaera".
Con la saeta al cantar. Todos los años igual. Manuel se sube al balcón a rezar. Sombras y luces pasan, se cuelan por las nubes de incienso y llegan a los ojos de la abuela. Ojos que ya no ven. Siempre lo mismo. Lloros y desconsuelos, la Semana personificada en mujer. Discreta, conservadora, bella, entrada en años. Salve Regina. Suenan las visagras de la iglesia. Otro año más.